Tan pequeño que [allí] cabía el mundo
¿Cómo nos unimos para contar lo que necesitamos? Mientras el afuera es materia cambiante animada de movimientos, pliegues y plegamientos que constituyen un adentro, el adentro del afuera. ¿Dónde, y con quiénes, podemos encontrar/construir refugio?
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Claudia Casarino ha desarrollado en las últimas dos décadas una comprometida trayectoria artística internacional, es una de las primeras artistas de Paraguay que ha problematizado el papel de las mujeres, escribe Lia Colombino: “A partir de su historia personal ha ensanchado su propio cuerpo hasta convertirlo en un cuerpo social. Y lo ha hecho con delicadeza, la delicadeza de la fibra, de lo que se repliega y persiste“.
Para Claudia, como para muchas mujeres, el bolsillo de una prenda cotidiana fue el primer espacio experimentado como propiedad privada, un minúsculo pero literalmente tangible “cuarto propio“, espacio posible para guardar secretos, tesoros, evidencias indescifrables de hitos de una historia particular enlazados con el asombro y la curiosidad del principio de la experiencia de ser en el mundo, con la inherente experimentación del deseo. Una galleta, una joya de fantasía, una piedra, un pétalo secándose, una hoja que puede ser moneda.
El bolsillo crea un adentro propio, territorio también luchado para que sea posible para nosotras, las mujeres. No olvidamos que unas décadas atrás sólo los varones podían portar dinero y otros objetos de valor, por lo tanto, se consideraba que el uso de bolsillos en las vestimentas femeninas era prescindible. La historia de la indumentaria también es la historia de nuestras opresiones. Si hilvanamos en nuestra memoria las formas de cómo nos vestimos en los diferentes momentos de nuestras vidas, más que la historia del vestir emergen relatos de lo que revelan nuestros propios cuerpos, historias de orígenes y de límites.
Si intentamos esbozar una ecología política de nuestros recuerdos, se funden elementos y es posible no poder señalar en una carta de colores cuál era el verde de la tela con la que me vestía y cuál era el de las hojas de la planta que me cuidaba cuando enfermaba, en esa “crianza mutua“ como la llama desde los Andes Elvira Espejo. Los colores y formas se funden, se hunden, pero siguen ahí, listos para despertar en el presente para la creación de ficciones y vínculos de parentesco interespecies y transtemporales.
Claudia me pregunta de qué material sería el paspartú de mi memoria. Aparecen como una brisa de imágenes las cenizas del brasero, el repulgue de empanadas que aprendí como primer coreografía, un brillante gradiente de papel glasé hecho con un punzón sobre la mesa de la cocina. Pero ella rápidamente me lleva a sus metáforas textiles, al cuerpo y a su comportamiento, a pensar en el sentido de los pliegues. Señala que esta exposición que presenta en la Galeria María Casado, en Buenos Aires, podría ser pensada como un terrario, un ecosistema de la memoria propia, habitado por plantas, prendas imaginarias, vínculos de parentesco y heridas, sombras, vacíos. Un tótem de tul deja ver pequeños contenedores de historias silenciosas, los ojales que llevan a otros espacios, inventar un árbol, un jardín propio, un retrato vibrátil.
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Como una extensión espectral de este terrario de Casarino se presenta una obra de la artista de argentina Clara Johnston. Titulada Hunt the hunter, cazar (o cazando) al cazador/a, primer dibujo de una serie en la que Clara crea convivencias de animales con criaturas fantásticas imaginando historias sobre formas de vivir y sobrevivir en sus paisajes.
Andrei Fernández
Salta, abril 2023