Amaya Bouquet lanza un hechizo inquietante que es de otro mundo. Cual heterotopías foucaultianas, sus obras nos posicionan en un espacio que pareciera estar fuera del tiempo. Reuniendo una multiplicidad de épocas, prácticas y oficios de antaño con una contemporaneidad ineludible, estar frente a sus obras es habitar simultáneamente el pasado y el presente. Como vanitas que nos recuerdan lo efímero de nuestra vida terrenal, afirmando su capacidad de sucedernos, sus obras evidencian sin pudor su árbol genealógico. Entre citas históricas y pictóricas, Bouquet trabaja con fotografía, joyería, dorado a la hoja, grabado, bordado, tallado de cristal y pintura, sostenida en el interés por el trabajo colaborativo con maestros de diversas disciplinas y obstinada en el uso de materiales nobles.
Jugando entre los límites de la artesanía y la obra de arte, entre la práctica vincular y la investigación personal, encuentra inspiración en las artes decorativas, el simbolismo decimonónico, la magia y el esoterismo, como así también en las imágenes refinadas propias de la antigua historia natural y la biología moderna. El estudio de diferentes tradiciones filosóficas y religiosas que refieren al alma humana hacen de la luz una de sus preocupaciones principales, ya sea como fenómeno físico o símbolo, atravesando espíritu y materia por igual. Cada nueva exposición de Bouquet se constituye como una obra de arte total, sumergiéndonos en una atmósfera tan teatral como espiritual, donde la línea que segmenta el adentro del afuera suele ser un pliegue de curvaturas multiformes que erigen una topografía compleja.